“el que no carga con su cruz y
me sigue, no es digno de mí”.
La cruz de cristo que nos
afecta a nosotros es la cruz de mi vida, mis problemas de cada día, los problemas
de mi familia, los problemas del trabajo, los problemas de los hijos, etc. La
lucha de mi vida es mi cruz, si renuncio a la lucha también renuncio a la cruz
y por tanto a Dios.
Dios ya conoce tus defectos,
tus debilidades, conoce tus problemas, pero aún si te quiere de pie, para
ponerle cara a la vida de cada día, Dios ya sabe que caemos muchas veces, pero
quiere que nos levantemos; es más, si tu se lo pides, El te ayuda.
Lo contrario a la cruz es el orgullo
de creerse que todo lo podemos por nosotros mismos, la pereza, que son esas
ganas de no luchar por nada.
Jesús pide radicalidad, el
seguimiento de Cristo comporta renuncias y sacrificios. En muchas ocasiones,
nos encontraremos ante una encrucijada: aceptar o no la cruz, seguir los
valores del evangelio o la comodidad que nos ofrece el mundo. Y ahí está la
cruz. Podemos pensar que no podemos soportar muchas de las cruces con las que
han cargado los cristianos, pero tanto a ellos como a nosotros el Señor les ha
dicho y nos dice: Venid a mí y yo os aliviaré (Mt 11,28), la resistencia no
está en nosotros sino en el Señor.