Virgen de la O.
Fiesta 18 y 19 de Septiembre de 2021
Capilla da Ourada (Cores)
Para calmar la impaciencia de nuestro espíritu, la Iglesia ha establecido
la fiesta de la Expectación del parto o la espera del divino alumbramiento.
Esta fiesta fijada en el 18 de diciembre, continúa hasta Navidad. Desde el día
precedente la Iglesia canta en las Vísperas las grandes antífonas. Se llaman
vulgarmente antífonas de la O, o las O de Navidad, porque principian con esta
invocación. Imposible es tener fe y no entrar al recitarlas en los sentimientos
que expresan, y unirse a los suspiros y gemidos de los Patriarcas. Estas
antífonas expresan por su variedad las diferentes cualidades del Mesías y las
diversas necesidades del linaje humano.
El hombre es desde su
caída un insensato privado casi de razón y sin gusto hacia los verdaderos
bienes; su conducta inspira horror y compasión y necesita la sabiduría. La
Iglesia la pide para él con la primera antífona: O Sapientia: ¡Oh
Sabiduría que saliste de la boca del Altísimo, que alcanzas tu fin con fuerza,
y dispones todas las cosas con dulzura! Ven a enseñarnos la senda de la
prudencia”.
El hombre es desde su
caída esclavo del demonio, y tiene necesidad de un poderoso Libertador. La
Iglesia lo pide para él con la segunda antífona: O Adonai: "¡Oh
Dios poderoso y guía de la casa de Israel, que te mostraste a Moisés en la
zarza encendida y le diste a ley del Sinaí! "Ven a rescatarnos con el
poder de tu brazo”.
El hombre desde su caída
está vendido a la iniquidad, y necesita un Redentor. La Iglesia lo pide para él
en la tercera Antífona: O radix Jesé: “¡Oh raíz de Jesé, que está
expuesta como una bandera a los ojos de las naciones, ante la cual guardarán
silencio los reyes, y a la que ofrecerán los gentiles sus oraciones! ven a
rescatarnos, no tardes”.
El hombre es desde su
caída un preso encerrado en la cárcel tenebrosa del error y de la muerte, y
necesita una llave para salir. La Iglesia la pide con la cuarta antífona: O
clavis David: “¡Oh llave de David, que abres y nadie cierra, que cierras y
nadie abre! Ven y saca al preso de la cárcel, al desgraciado que yace en las
tinieblas a la sombra de la muerte”.
El es ciego desde su
caída, y necesita un sol que le ilumine. La Iglesia lo pide para él con co la
quinta antífona: O Oriens; ¡Oh Oriente, esplendor de la luz eterna y sol
de justicia! Ven y alumbra a los que yacen en las tinieblas y en la sombra de
la muerte.”
El hombre desde su caída
está enteramente mancillado, y necesita un santificador. La Iglesia lo pide por
él con la sexta antífona: O Sancte Sanctorum: ¡Oh Santo de los Santos,
espejo sin mancha de la majestad de Dios e imagen de su bondad! Ven a destruir
la iniquidad y traer la justicia eterna”.
El hombre es desde su
caída como una gran ruina, y necesita un restaurador. La Iglesia lo pide para
él con la séptima antífona: O Rex gentium: ¡Oh Rey de las naciones, Dios
y Salvador de Israel, piedra angular que unes en un solo edificio a los Judíos
y a los gentiles! Ven y salva al hombre que has formado del barro de la
tierra”.
El hombre desde su caída
ha doblegado la cabeza bajo el yugo de todas las tiranías, y tiene necesidad de
un legislador equitativo. La Iglesia lo pide para él con le octava antífona: O
Emmanuel: “¡Oh Emmanuel, nuestro rey y Legislador, expectación de las
naciones y objeto de sus deseos! Ven a salvarnos, Señor Dios nuestro”.
El hombre desde su caída
es una oveja descarriada y expuesta al furor de los lobos, y necesita un Pastor
que le defienda y le guíe a buenos pastos. La Iglesia lo pide para él con la
novena antífona: O Pastor Israel: “¡Oh Pastor y dominador de la casa de David!
Tú que eras en el principio desde el día de la eternidad, ven a apacentar a tu
pueblo en toda la extensión de tu poder, y reina sobre él en la justicia y la
sabiduría!”
¿Han oído cosa más
interesante y completa que estas magnificas invocaciones? Nos parece que una de
las mejores preparaciones para la fiesta de Navidad es el repetir con
frecuencia estas bellas antífonas, empapándonos en los sentimientos que
expresan. ¡Oh! Sí; si queremos pasar santamente el tiempo del Adviento, unamos
nuestros suspirosa los de la Iglesia, los Patriarcas, los Profetas y justos d
la antigua Ley; adoptemos alguna de sus ardientes palabras; que sea nuestra
oración jaculatoria de cada día, y si es posible, de cada hora del día, para
que Dios pueda decir de nosotros: He aquí un hombre de deseo, y nos atenderá.
Si lo preferimos, elijamos entre las oraciones siguientes que son igualmente
propias para formar en nosotros las disposiciones que pide la Iglesia: Te
suplico, Señor, que envíes al que has de enviar, Ven, Señor Jesús, y no tardes;
cielos ábranse y dejen que baje su rocío. Divino Niño Jesús, ven a nacer en mi
corazón para desterrar de él al pecado y colocar tus virtudes.
Unamos a la oración u
recogimiento mayor, una vigilancia mas continua; descendamos con más frecuencia
al fondo de nuestra alma, a fin de purificarla y embellecerla pensando que debe
ser la cuna del Niño divino. Sin embargo, la grande preparación es renunciar al
pecado, al pecado mortal especialmente, pues ¿qué puede haber de común entre el
Hijo de María y un corazón manchado de iniquidades?
Escuchemos a san Carlos
exhortando a su pueblo a santificar el Adviento, y apropiémonos de las palabras
del gran Arzobispo: “Durante el Adviento debemos prepararnos para recibir al
Hijo de Dios que abandona el seno de su Padre para hacerse hombre, y platicar
nosotros; es preciso destinar un poco del tiempo que consagramos a nuestras
ocupaciones a meditar en silencio sobre las preguntas siguientes: ¿Quién es el
que viene? ¿De dónde viene? ¿Cómo viene? ¿Cuáles son los hombres para los que
viene? ¿Cuáles son los motivos y cuál debe ser el fruto de su venida? Cifremos
en él nuestras aspiraciones todas a imitación de los justos y Profetas del
Antiguo Testamento que por tanto tiempo le esperaron, y para abrirle el camino
de nuestro corazón purifiquémonos por medio de la confesión, el ayuno y de la
comunión.
No olvidemos que
antiguamente se ayunaba durante todo el Adviento, como vigilia de Navidad, y
los que tal cosa practican lo carecía de razón, pues la grandeza y la santidad
de la fiesta exigen indudablemente tan dilatada vigila y tan grande
preparación; ya que no lo hagamos como ellos, ayunemos al menos un día o muchos
por semana según la devoción de cada uno. En un tiempo en que el Padre eterno
nos dio y nos da todos los años a su propio Hijo como una inmensa limosna, y
como un tesoro de gracias y de misericordia, es necesario derramar más
abundantes limosnas en el seno de los pobres y aplicarse más que nunca a la
práctica de buenas obras y a la lectura de libros piadosos. Finalmente, debemos
disponernos para el primer advenimiento del Hijo de Dios, de un modo que
podamos esperar su segundo advenimiento sin temor y con la confianza y alegría
que son inseparables compañeras de una conciencia tranquila”.
Motivos poderosísimos
nos obligan a seguir los consejos del grande Apóstol de los tiempos modernos; y
a santificar el Adviento, y son:
1º La obediencia al
precepto de la Iglesia. “Yo soy la voz que clama en el desierto: preparan los
caminos del Señor, enderezcan sus senderos; la hoz llega ya a la raíz del
árbol”. Esta es la excitación del santo Precursor dirigía a los Judíos hace
referencia todos los hombres de todos los siglos; Jesucristo vino al mundo por
todos, luego, todos tenemos el deber de recibirle, y por miedo de que
descuidemos punto tan esencial, la Iglesia, siempre ocupada de la felicidad
espiritual de sus hijos, y fiel intérprete de los divinos oráculos cuyo
depósito le está confiado, proclama del modo más solemne y obligatorio la
excitación del santo Precursor durante todo el tiempo del Adviento. La Judea se
conmovió a los acentos de la voz profética que resonaba a orillas del Jordán;
los sacerdotes, los levitas, los militares, los publicanos, los pecadores de
toda clase acudían en tropel pidiendo el bautismo de de la penitencia; la misma
resuena en nuestros templos, y ¿por ventura tenemos nosotros menos necesidad de
conversión y de penitencia? ¿Acaso debemos temer menos al Dios que viene ahora
como Salvador, y vendrá un día como Juez? Dejaremos que la Iglesia nos repita
en vano: “Preparen sus corazones; pues su carne evrá en breve al Salvador
enviado de Dios”?
2º La gratitud hacia el
Salvador. ¿Qué era el hombre antes de la encarnación del Salvador? ¿Qué somos
sin él? Pobres, ciegos, esclavos, víctimas del demonio, del pecado y del
infierno, ¡cuánto le debemos! Y ¿qué no hizo el Hijo de Dios para iluminarnos,
para librarnos, para rescatarnos, para devolvernos nuestros perdidos derechos?
Un Dios que reviste la forma de esclavo, que se resigna a todas las miserias de
la miserable humanidad; un Dios pobre, un Dios niño; ¿nada dirá esto a nuestro
Corazón? Nosotros que somos agradecidos al menor beneficio, ¡no lo seremos por
un Dios que se da él mismo a nosotros!
3º Nuestro interés
espiritual. La fuente de gracia es inagotable y mana en todos tiempos; mas las
grandes fiestas son días más propicios, días en que se derraman las gracias con
mayor abundancia; pues la Iglesia, animada entonces del mismo espíritu, ofrece
a Dios un más solemne homenaje, le dirige oraciones más fervientes, y le
conmueve con sus sinceras lágrimas. Jesucristo nació para conseguir nuestra
salvación, mas no concede sus gracias sino a los que se presentan con un
corazón preparado para recibirlas; y las disposiciones que hallo en nosotros
son la medida de sus favores. Pues bien, ¿no tenemos algo, mucho o poco que
pedirle? Descendamos al fondo de nuestro corazón, interroguemos nuestra vida
pasada, nuestro estado presente, nuestro porvenir, y el abismo de nuestras
miserias contestará por nosotros.
Oración
Dios mío, que eres todo
amor, gracias te doy por haber establecido el santo tiempo del Adviento con el
fin de prepararme para la fiesta de Navidad; concédeme la gracias de que lo
pase santamente. Me propongo amar a Dios sobre todas cosas, y a mi prójimo como
a mí mismo por amor a Dios; y en testimonio de este amor, repetiré mientras
dure el Adviento la siguiente oración: Divino Niño Jesús, ven a nacer en mi
corazón
Antífonas O
Se ha notado que las
iniciales de las grandes antífonas O dan por orden inverso estas dos palabras
Ero cras, que significa: Mañana estaré, es decir estaré con vosotros:
Es-------E--- O
Emmanuel…………………………Veni!
ta-------r-- O
Rex………………………………………Veni!
ré-------o-- -O
Oriens………………………………Veni!
Ma-------C--- O Clavis
David………………Veni!
ña--- ---r----O
Radix…………………………………Veni!
na-------a----O
Adonai………………………………Veni!
aquí-----s----O
Sapientia………………………Veni!
Recopilación José Gálvez Krüger