La Misericorida y el Covid
Los que pasaban, lo insultaban y,
moviendo la cabeza, decían: «Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo
vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la
cruz!». De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los
escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo: «¡Ha salvado a otros y no
puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y
creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo
libre ahora si lo ama, ya que él dijo: Yo soy Hijo de Dios». También lo insultaban los bandidos
crucificados con él. (Mc. 15. 29-32 Lc. 23. 35-37, 39) (Mt 27, 38-43)
Los
llamábamos héroes, aplausos en las ventanas, estábamos orgullosos de nuestro
personal sanitario; son las imágenes gravadas en nuestras mentes durante el
tiempo de confinamiento. Algunos, demasiados, murieron en el ejercicio de su
deber; y aún así, no falto quienes los insultaran, los humillaran, los
rechazaran.
Un
papel escrito a mano, en el portal de un edificio donde vivía algún sanitario,
rezaba así: “no sois bien recibidos, marchaos, no queremos contagiarnos”; o
aquella otra sanitaria, que todos los días, después de su trabajo, iba a casa
de sus padres a llevarles la comida, y los vecinos la insultaban porque no
querían verla allí.
Fariseos,
hipócritas; les llamaba Jesús; miserables, perroflautas, les llaman, hoy en
día. Los “perroflautas” son gente que
ladra cuando escuchan ladridos, aún que no sepan de que va la cosa; a
diferencia de los perros, que es su forma natural de expresarse y comunicarse;
el perroflauta se rebaja al nivel canino, y
ladra cuando quiere comer, mueve el rabo para saludarte, o te muerde
cuando cree que su espacio se ve invadido; es el instinto animal, de lo cual
nada hay que decir, cuando de animales se trate; ahora bien, la cosa cambia,
cuando se habla de individuos de la raza humana.
Si yo
tuviere coronavirus, ¿Cómo me gustaría que me tratara la gente, mis vecinos,
mis amigos?. Pues, seguro que no te gustaría que te señalaran con el dedo, y
menos, que te insultaran, que te rechazaran.
“Visitar
a los enfermos”, reza una de las obras de misericordia. Empatizar con el que
está mal, supone que tu y yo, intentemos ponernos en su lugar, para lograr comprender
cual es su estado, su situación.
Una
persona imaginaria en mi hábitat, supone que si se contagia de covid, a lo
mejor es trabajador y puede tener su familia, o incluso empleados, si es un
autónomo, un ganadero; y que todos los días se ve obligado a acudir a su puesto
de trabajo, porque hay que ordeñar las vacas, darles de comer; y de repente te
dicen que no puedes acudir a tu granja,
a tu negocio, y es más, si tienes empleados, deben quedarse en sus casas, te
separan de la familia, y tienes que
aislarte solo y aparte.
Solo unos
amigos que te echen una mano, que vayan a ordeñar, que le den de comer,
sientete afortunado, porque el Estado, al que tu pagas los impuestos no tiene
previsto ese problema; en el mejor de los casos, sólo los concellos te llaman
para ponerse a tu disposición y colaborar en la medida de lo posible.
Esa aptitud
egoísta de alejar de ti al contagiado, de no ayudarle, de no querer saber nada
de él, no sirven, no ayudan a solucionar el problema, solo demuestran tu poca
humanidad, y si me lo permites, te diré que eres ignorante, porque mánana, Dios
no lo quiera, tú puedes estar en el mismo suplicio.
Imagínate,
ahora, que tú y yo, somos los contagiados por covid, ¿te atreverías a callarte
la boca, a no decir nada, a ir a tú trabajo, a tomar café al bar, a visitar a
tus amigos, o darle un beso a tus padres, hijos; a seguir con la vida, como si
nada pasara. No puedes hacerlo, aún que seas asintomático, porque estás
contagiando a los demás; estás colaborando a que algúien de tu entorno, pueda
morir por el covid; necesitarás ser valiente, honesto y sincero para decirlo al
público, a los amigos, a la familia, y luego retirarte de tu entorno natural,
hasta que el médico te diga que ya estás curado.
Manuel Garcia Souto