Agenda Parroquial de la Semana

viernes, 10 de julio de 2020

Homilía domingo 12 de Julio. Domingo XV Tiempo Ordinario


«Domingo de la Palabra de Dios».
El Concilio Vaticano II quiso «recuperar» la Escritura como parte esencial de la celebración eucarística, como elemento indispensable en el discernimiento de la voluntad de Dios, como centro de la oración cristiana. Así lo aclamamos al final de cada lectura en nuestras Eucaristías: «Palabra de Dios», Dios nos ha hablado, gracias Señor por expresarnos tu voluntad.
Es verdad que se ha reducido enormemente nuestra capacidad de escucha: tanta verborrea, tanto estímulos visuales y auditivos, tantos mensajes, tanta indigerible información... nos embotan. Y nuestras agendas superocupadas apenas tienen sitio para una reflexión serena sobre la propia vida, los acontecimientos...

Pero mejor nos fijamos en las disposiciones del terreno que recibe la semilla, tal como las describe Jesús, para entender por qué la poderosa Palabra de Dios... puede quedar estéril:

  Existe el corazón duro. El terreno, a base de pisarlo y pisotearlo, se va endureciendo, y no hay manera de que pueda recibir la semilla y el agua que la haría germinar. Y esto ocurre cuando el ambiente social, otros valores, otros intereses, otras voces... van machacando y anulando una tierra que habría podido producir algo. Pero queda «uniformada», la semilla rebota, no nos dice nada, no la entendemos, no va con nosotros, acaba al borde del camino, fuera de nuestra vida. Y la semilla «nos la roban» sin que nos demos por enterados. No hay pretensión en este terreno de discernir, de cuestionarse, de buscar, de cambiar... Es la pasividad y la indiferencia ante la semilla. No me interesa.

• Está también el corazón inconstante, De primeras se ilusiona, tiene sinceras ganas de cambiar, de mejorar, de tomarse las cosas en serio... Pero si no dispone de «medios», herramientas concretas que mantengan esa ilusión... al poco tiempo estamos como antes. Después de estos confinamientos que nos han venido encima, hay quienes se han replanteado muchas cosas de su vida, quieren vivir de otra manera. Pero si no concretan y escalonan unos objetivos, si no miden sus fuerzas, si no buscan algún tipo de acompañamiento espiritual y algunos apoyos necesarios... esa sincera ilusión acaba en desánimo, y vuelven tristes a lo de siempre.

  También hay corazones llenos de abrojos, de hierbajos, de malas hierbas, terrenos superficiales que se dejan enredar más de la cuenta por asuntos cotidianos, por valores y estilos de vida incompatibles con el Evangelio de Jesús, que ahogan el trigo bueno. Jesús subraya expresamente la seducción de las riquezas. Pero también ciertas ideologías políticas, filosóficas, e incluso teológicas... filtran tanto la semilla, la condicionan tanto... que es imposible que eche raíces y produzca nada. Y esos estilos de vida acelerados, superocupados, atolondorados....

 Por último, el corazón bueno capaz de producir ciento, sesenta o treinta por uno. Es el terreno que hace un sano ejercicio de «ecología auditiva» para no dejarse atontar con tantos ruidos. Que presta atención a la Palabra que Dios le dirige personal y comunitariamente, que está en disposición de ir cambiando lo necesario, que busca espacios de silencio, que hace con frecuencia su examen de conciencia descubriendo retos, procurando hacer crecer sus talentos, que «abona» su vida de fe y se arrima a otros que también intentan crecer, construyendo el Reino con ellos. Puede que no sean muchos, pero no tienen que desanimarse por ello: el Reino no es cuestión de números, de multitudes, de grandes medios... sino de que cada cual produzca lo que pueda: cien... o treinta. Lo que pueda. El sembrador, por su parte, no deja cada día de depositar en nosotros nuevas semillas... y tarde o temprano brotan.

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