«Domingo de la Palabra de Dios».
El Concilio Vaticano II quiso
«recuperar» la Escritura como parte esencial de la celebración eucarística,
como elemento indispensable en el discernimiento de la voluntad de Dios, como
centro de la oración cristiana. Así lo aclamamos al final de cada lectura en
nuestras Eucaristías: «Palabra de Dios», Dios nos ha hablado, gracias Señor por
expresarnos tu voluntad.
Es verdad que se ha reducido
enormemente nuestra capacidad de escucha: tanta verborrea, tanto estímulos
visuales y auditivos, tantos mensajes, tanta indigerible información... nos
embotan. Y nuestras agendas superocupadas apenas tienen sitio para una
reflexión serena sobre la propia vida, los acontecimientos...
Pero mejor nos fijamos en las
disposiciones del terreno que recibe la semilla, tal como las describe Jesús,
para entender por qué la poderosa Palabra de Dios... puede quedar estéril:
•
Existe el corazón duro. El terreno, a base de pisarlo y pisotearlo, se
va endureciendo, y no hay manera de que pueda recibir la semilla y el agua que
la haría germinar. Y esto ocurre cuando el ambiente social, otros valores,
otros intereses, otras voces... van machacando y anulando una tierra que habría
podido producir algo. Pero queda «uniformada», la semilla rebota, no nos dice
nada, no la entendemos, no va con nosotros, acaba al borde del camino, fuera de
nuestra vida. Y la semilla «nos la roban» sin que nos demos por enterados. No
hay pretensión en este terreno de discernir, de cuestionarse, de buscar, de cambiar...
Es la pasividad y la indiferencia ante la semilla. No me interesa.
• Está también el corazón
inconstante, De primeras se ilusiona, tiene sinceras ganas de cambiar, de
mejorar, de tomarse las cosas en serio... Pero si no dispone de «medios»,
herramientas concretas que mantengan esa ilusión... al poco tiempo estamos como
antes. Después de estos confinamientos que nos han venido encima, hay quienes
se han replanteado muchas cosas de su vida, quieren vivir de otra manera. Pero
si no concretan y escalonan unos objetivos, si no miden sus fuerzas, si no
buscan algún tipo de acompañamiento espiritual y algunos apoyos necesarios...
esa sincera ilusión acaba en desánimo, y vuelven tristes a lo de siempre.
•
También hay corazones llenos de abrojos, de hierbajos, de malas hierbas,
terrenos superficiales que se dejan enredar más de la cuenta por asuntos
cotidianos, por valores y estilos de vida incompatibles con el Evangelio de
Jesús, que ahogan el trigo bueno. Jesús subraya expresamente la seducción de
las riquezas. Pero también ciertas ideologías políticas, filosóficas, e incluso
teológicas... filtran tanto la semilla, la condicionan tanto... que es
imposible que eche raíces y produzca nada. Y esos estilos de vida acelerados,
superocupados, atolondorados....
• Por último, el corazón bueno capaz de producir
ciento, sesenta o treinta por uno. Es el terreno que hace un sano ejercicio de
«ecología auditiva» para no dejarse atontar con tantos ruidos. Que presta
atención a la Palabra que Dios le dirige personal y comunitariamente, que está
en disposición de ir cambiando lo necesario, que busca espacios de silencio,
que hace con frecuencia su examen de conciencia descubriendo retos, procurando
hacer crecer sus talentos, que «abona» su vida de fe y se arrima a otros que
también intentan crecer, construyendo el Reino con ellos. Puede que no sean
muchos, pero no tienen que desanimarse por ello: el Reino no es cuestión de
números, de multitudes, de grandes medios... sino de que cada cual produzca lo
que pueda: cien... o treinta. Lo que pueda. El sembrador, por su parte, no deja
cada día de depositar en nosotros nuevas semillas... y tarde o temprano brotan.